Más allá del control… la Escuela(1)

Para comenzar mi lectura sobre el control y la Escuela rescato del texto de introducción a este Espacio Central el párrafo que enuncia “una puesta en tensión entre la soledad del psicoanalista, y la posibilidad de pensar con Otros, con el Otro de la Escuela”.

La soledad del analista no implica su aislamiento, más bien todo lo contrario. Es una soledad producto de una trayectoria en la que el encuentro con su singularidad le deja solo, separado del Otro, pero que al mismo tiempo le permite acceder desde esta singularidad, superados los lazos identificadores, a su acto creativo gracias al sinthome.

Y es al mismo tiempo esta soledad, por ese encuentro con el goce que habita al parlêtre, lo que paradójicamente le hace unirse al Otro. Elige el amor al cinismo, haciendo lazo a partir del discurso analítico que funda la Escuela, como una suma de soledades, ya que “los analistas no forman conjunto”2, unidos por la transferencia de trabajo. Un trabajo que esencialmente trata de dar cuenta de nuestros actos, esos actos analíticos que apuntan a cernir un real, que hacemos en nuestra soledad del consultorio, pero que compartimos y atestiguamos de ellos tanto en el dispositivo del control, en el pase y en las conversaciones de Escuela. Como indica Gabriela Camaly3, la conversación, el pase y el control comparten una misma lógica, y cito, “ya que allí se pone de manifiesto que no hay definición posible del psicoanalista y que, si hay algo del analista que opera en una cura, solo se lee a posteriori por haber estado a la altura del acto”, que es lo único que lo califica como tal, como señala Lacan en su Seminario sobre El Acto Analítico. 

En esta transmisión de nuestros avatares con lo real, observamos un hilo conductor, que lleva la experiencia de análisis del consultorio a la Escuela, en el hecho de que en ambas se da una descontextualización de dicha experiencia, tal y como indica Miller en El banquete de los analista, ya que tanto en el control como en el pase, “se trata de tomar el texto sin el contexto”4; el texto del analista en el control, sin el analizante; y el texto del pasante sin el analista, siguiendo el texto a la letra sin el eje imaginario que el contexto con el otro nos pueda proporcionar.

Si bien Freud en su escrito “¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad?”5 nos advierte que la experiencia práctica se logra a través del propio análisis y por los efectos bajo control, con la Fundación de su Escuela en 1964, Lacan anuncia una desregulación de la práctica, donde se pone en cuestión de forma radical la rutina establecida para la formación como analista. Es precisamente el efecto de esta desregulación, donde ya no hay un Otro que regula, haciendo que se sigan los protocolos preestablecidos, puesto que “el analista se autoriza a sí mismo”, lo que hace que uno asuma ante sí la responsabilidad ética en relación al discurso analítico y a su transmisión, que vendrá a partir de un deseo de control. 

Asimismo, la Escuela tiene que garantizar el control, aunque sin hacerlo obligatorio, y es así como se le da todo el valor para la formación del analista. Así lo señala Eric Laurent cuando dice “Lacan hizo del control una obligación, no para el sujeto, sino para la Escuela que debe responder a la demanda de control que «se impone». Hizo bascular la prudencia institucional en la dirección de un deber ético. El deseo de demandar un control proviene del interior mismo del discurso analítico, en un punto en que deber y deseo se anudan”6.

Tomo prestada la expresión de Vicente Palomera cuando habla de la ‘extimidad del control’7, me parece que capta de forma brillante este lazo entre Escuela y control que caracterizaría la nueva forma lacaniana del control, cuando dice que “una exigencia de afuera se debe de tomar en el interior de cada uno”.

Una frase del texto de Gabriela Medin, “El control de la práctica y el deseo del analista” orienta mi escritura cuando dice “es a partir de la ética del psicoanálisis que el control cobra todo su valor»8. Si hablamos de ética concierne por tanto a nuestra forma de gozar, al goce encapsulado en el fantasma, que es lo que está en juego, lo que hemos de llevar al banquete, exponiendo cada uno nuestra verdad9 a partir de un deseo de control. Y, ¿no nos encontramos aquí con la definición del amor que Lacan enuncia en su aforismo como “aquello que hace al goce condescender al deseo”? Un deseo de formarse como analista, un deseo de mantener una orientación, como dice Gabriela Medin, “orientación que nunca está del todo lograda”10, pero que no cesa de no escribirse con las idas y venidas al control para poner a prueba ese deseo y sostenerlo.

Llevo trabajando un tiempo con una madre en relación muy simbiótica con su hijo, hay algo del orden de la incapacidad de la madre de poder separarse, y pese a que la dirección va encaminada a ello, hay una resistencia y reticencia que me hace en un momento determinado hacer una intervención un tanto brusca, por algo que se me dispara en el cuerpo, un enfado. Este enfado me sorprende, me interroga y decido llevar el caso a control.

En sesión con el analista de control me oigo decir, “ella está en muy buena transferencia conmigo, temo que se vaya, sería una pena”. No recuerdo bien las palabras del analista que repetían a modo de señalamiento lo que yo acababa de decir, pero recuerdo la sensación de eco que esto produjo en mí. Esa sesión de control me sirvió para oírme decir aquello que se resistía a ser dicho.

Mi propio temor a su marcha estaba obstaculizando la propia separación, en la que se supone que estaba orientada la cura. La buena transferencia me ponía en la posición del hijo que completa a la madre. Pude interpretar a partir de esta sesión de control que mi intervención había sido una mala forma de hacerme arrancar de esa posición, con cierto goce, y no sin culpa por ello, división subjetiva que me llevó al deseo de control.

Con este ejemplo vemos los efectos de los cuales nos advierte Lacan en el “Acta de Fundación”, y por los que el control se hace así obligatorio respondiendo a la propia ética en relación al deseo del analista.

Es constante que el psicoanálisis tenga efectos sobre toda práctica del sujeto que se compromete en él. Cuando esta práctica procede, por poco que sea, de efectos psicoanalíticos, resulta que el sujeto los engendra en el lugar en que los ha de reconocer. ¿Cómo no ver que la supervisión se impone a partir del momento de esos efectos, y en primer lugar para proteger a aquel que acude en posición de paciente?11

El deseo de control, como indica Medin, surge en relación a los obstáculos para soportar hacer semblante del lugar de objeto que hay que tomar en las curas y así poder enfrentarse al acto analítico como tal. En el control se da un testimonio del obstáculo al acto para poder proseguir, dice Miller, en la marcha del inconsciente a lo real, en otras palabras, de la falta en ser al sinthome. De ahí que Miller se refiera a que lo que esencialmente se hace en el control es pasar al analista “el método para que su palabra adquiera potencia, que pueda ser creacionista. Si la palabra del analista es creacionista es porque es singular, cada quién su estilo, cada quién su sinthoma12

Maria-Helene Brousse nos introduce tres momentos en la formación como analistas que van del relato al texto, perdiéndose la dimensión imaginaria, del texto a la fórmula, donde se pierde la dimensión simbólica, y de la fórmula a la letra, que es lo real. Es aquí donde quedan estos restos sintomáticos freudianos, inanalizables. Esta es la marcha en la formación de un análisis acompañado del control, que nos va llevando del inconsciente a lo real. Es un camino hacia lo real que Brousse va a acuñar con el término deseodelanalista13, como una función estructural, “que implica que no hay en el lugar de esa función”.

Para que funcione el deseo del analista se requiere de una constante des-subjetivacion de quien ocupa la posición de analista. Y esto es interesante, “cuando surge la división subjetiva, inmediatamente deja de funcionar el deseo del analista”14, produciéndose así una distinción entre ambos términos.“De esta forma el deseodelanalista funciona transformando impasses en soluciones”. Se va “pasando”, haciendo una trayectoria, en las idas y venidas del análisis al control, hasta que se llega al pase, a la transmisión a la Escuela, que da testimonio de ese itinerario, guiado por la transferencia de trabajo, cito a Brousse: “a cierto vaciamiento del lado del sujeto barrado, pero no sin amor, no sin un resto”. Un resto sintomático, que ella propone como hipótesis, elevarlo a la dignidad de un estilo propio.

Amparo Tomás García


  1. El título viene inspirado por una cita de Miller en El banquete de los analistas que dice así: “El control no vale nada si no apunta más allá, esto es, a sus relaciones con el psicoanálisis” (pág. 10).
  2. Miller, J.-A. El banquete de los analistas. Buenos Aires, Paidós, 2000. 
  3. Gabriela Camaly, “La invención lacaniana del control”, Virtualia N. 37. Octubre 2019.
  4. Ibid.
  5. Freud, S., “¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la Universidad?”, Obras Completas, Tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984.
  6. Laurent E., “Su control y el nuestro”, Freudiana N. 30.
  7. Palomera, V., “El pase y el control”, Freudiana N. 30.
  8. Gabriela Medin, “El control de la práctica y el deseo del analista”.
  9. Miller, J.-A., El banquete de los analistas, Buenos Aires, Paidós, 2000, p. 13.
  10. Ibid.
  11. Lacan, J., “Acto de fundación”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 249.
  12. Miller, J.-A.,  El Uno solo (curso inédito) clase del 11 de mayo de 2011.
  13. Brousse, Marie-Helene, “Eldeseodelanalista”, Freudiana 68, 2013.
  14. Ibid.
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