El buen relato. Conversaciones sobre verdad, ficción y la terapia del psicoanálisis
Por Emília Bolinches
¿TIENE EL PSICOANALISIS LACANIANO ALGUNA RESPUESTA A LA
INDAGATORIA DE COETZEE?
Acaba de aterrizar en el mercado editorial español, por iniciativa de Penguin Random House, el libro El Buen Relato. Conversaciones sobre verdad, ficción y la terapia del psicoanálisis, manufacturado a dos manos entre el escritor de origen sudafricano J. M. Coetzee y la terapeuta clínica británica Arabella Kurtz. Se trata de un libro incómodo e incluso yo diría que impertinente, por parte de la intervención de Coetzee. En él, se despacha a gusto en aquello que le preocupa, le angustia, le intriga y le inquieta, y se lo lanza, como un fardo desperdigado, sin contemplaciones ni miramientos, a veces incluso con rabia y como con ganas de hacer sangre, a la psicóloga clínica, como si ella fuera la representante oficial técnica de la humanidad y como tal estuviera obligada a responderle. Lo cierto es que Arabella Kurtz, que en ningún momento se ampara en su autoritas, recibe el paquete envenenado con una gran dosis de paciencia, aguante y voluntarismo, –yo percibo incluso una extraña asunción maternal de la demanda– sin dejar de aplicar tampoco un casero sentido común y colocando de vez en cuando paños calientes o fríos en la herida abierta, para intentar que amaine la rabia y la hinchazón.
Seguramente tiene razón la analista a la que consulté en primera instancia al contestarme que resulta excesivo el interrogatorio en tercer grado que Coetzee somete a su partenaire Kurtz hasta el extremo de acorralarla sin piedad en varias ocasiones. Y acabó sentenciando (mi analista consultada) que mejor haría Coetzee en iniciar él su análisis para averiguar qué es lo que le produce tanta furia y angustia en lugar de lanzar sus dardos-demandas a los demás.
Decía que, seguramente, tiene razón la analista y estaría bien que Coetzee se lo haga mirar o, mejor, se lo mire atentamente. Pero reconozco que mi identificación personal con el campo minado de sus preguntas y sus cuitas me impide dejar por concluido el asunto con el consejo anterior. Porque me sigue resultando descorazonador e insoportable el hecho de no tener Coetzee (¿o de no tenerla yo? aunque he de añadir en mi descargo que sí me analizo) alguna respuesta a la altura intelectual o ética del desventurado preguntón aunque sea aproximada, provisional, parcial o incluso, en algún caso, la mala pero sincera y valiente noticia lacaniana –porque Lacan sí se hubiera atrevido a meterse en harina– de que todavía no hay una respuesta a mano.
Y hablando de Lacan ¿por qué no invitar a los y las analistas de la ELP de Valencia, si les parece útil, a estudiar este cúmulo de preguntas y reflexiones que Coetzee pone sobre la mesa y que están siendo planteadas y compartidas por una sociedad preocupada y muy confusa? Son muchas las cuestiones a estudiar, demasiadas quizás. Pero yo solo voy a adelantar un decálogo de ellas por si alguien las considera con suficiente interés como para leer con detenimiento el libro y valorar la posibilidad de su estudio. Ahí van, aunque dejo a un lado las relativas al colonialismo, el nacionalismo, la educación moderna o las dinámicas de grupo por quedar un poco más lejos de una primera aproximación a los 10 temas que urge presentar:
- Sobre la escritura y la lectura. El diálogo interno entre autor y lector.
- La ficción y la realidad. Lo que aceptamos en la ficción-novela y negamos en la realidad-vida. El escritor como mercador de ficciones. ¿Para qué sirve la literatura? ¿Sirve para salvar a un hombre? Salvarse en la ficción, no en la verdad ni en la realidad.
- El analista frente a los hechos y las interpretaciones. ¿Cómo lo afronta?
- Los recuerdos, la verdad y la maleabilidad de la memoria. ¿Cómo se producen los recuerdos y quien nos los planta? ¿Qué tienen que ver los recuerdos con la verdad? ¿Cómo se va modificando la memoria? El papel que juegan los historiadores en la memoria.
- ¿Podemos inventar nuestro pasado para encontrarnos mejor o el análisis nos lleva justo al camino opuesto, es decir, a asumir el pasado que nos angustia y que no queremos aceptar?
- El diálogo psicoanalítico ¿es un verdadero diálogo o es un falso diálogo? ¿Hay reciprocidad? ¿Persigue encontrar la verdad o solo que nos sintamos mejor?
- La confesión y su terapia: la confesión católica, la protestante y la laica-psicoanalítica.
- Lo reprimido regresa siempre ¿o no?: los casos de Emma Bovari, Anna Karenina, Hester de La Letra Escarlata, Don Quijote, Edipo Rey, los atormentados personajes de Dostoyesvki y el personaje de Enric Marco, en El Impostor de Javier Cercas.
- El secreto en la ficción (¿por qué en ocasiones nos ponemos del lado del héroe para que no se desvele y otras, al contrario, nos identificamos con el detective para que se descubra?) y en la realidad.
- La relación entre las personas como entramado de ficciones. Si se entretejen bien la relación funciona o parece que funciona, y si no producen un conflicto o distanciamiento. El distanciamiento gradual de las parejas cuando la ficción que uno se ha creado del otro se vuelve estable y demasiado fiable puede hacer que el deseo se desvanezca.
El diálogo entre los profesionales del psicoanálisis y la sociedad está abierto. Me consta que el interés de la Escuela al respecto es máximo. Y considero que este tipo de propuestas puede colaborar a que se mantenga.
Post Data enjundiosa. Permitidme reproducir el último párrafo del libro que espero os estimule a querer averiguar más y recoger el guante. Escribe Coetzee:
Es difícil, tal vez imposible, escribir una novela que se pueda reconocer como novela usando la vida de alguien que de principio a fin se siente cómodamente arropado por ficciones. Solo construimos novelas sacando esas ficciones a la luz. La novela como género parece tener un interés fundamental en afirmar que las cosas no son lo que parecen, que nuestras vidas aparentes no son nuestras vidas reales. Y el psicoanálisis, diría yo, tiene un interés parecido.